Las perversiones de la democracia
La democracia es la forma menos mala de gobierno, decía Winston Churchill. Lo que supongo quería decir es que a pesar de que le podemos encontrar múltiples defectos a la democracia, cualquier otra forma de gobierno es considerablemente peor.
Y no es que la democracia sea en sí misma mala, sino que el ser humano en su habilidad para encontrar malos usos para las cosas buenas, la pervierte.
Se me ocurren algunas formas de pervertir la democracia:
1. Limitar las posibilidades de elección. Si te dan a elegir entre susto o muerte, es bastante probable que la gente elija susto por muy desagradable que sea el susto y por muchas garantías democráticas que haya tenido la consulta.
2. Manipular las ideas de los electores, para ello hay que actuar con paciencia y perseverancia incidiendo desde el sistema educativo para inculcar determinadas ideas y eliminar el espíritu crítico. Si además se aliena al elector con multitud de actividades superficiales (TV, Internet, juegos, redes sociales…) y se le inunda de información superflua, mejor.
3. La dictadura de las mayorías. Si diez lobos y dos ovejas votan que cenarán esta noche, es posible que el resultado no sea satisfactorio para las ovejas
4. Limitación de los electores por razón de edad, sexo, distribución geográfica, etc:
Aunque el sufragio universal parecía algo superado, parece que comienza a cuestionarse.
Últimamente oigo críticas a la orientación del voto de determinados sectores de la población. Si no bastaba con clasificarnos en derechas e izquierdas y fomentar el enfrentamiento entre nosotros, ahora también se nos divide entre jóvenes y viejos, hombres y mujeres, urbanos y rurales… y se nos anima a enfrentarnos.
En este tema de la limitación del derecho al voto, llama la atención el que se vaya poco a poco aceptando, que es democrático permitir que un determinado territorio vote unilateralmente por su independencia.
Es evidente que un hecho así tiene repercusiones en la totalidad del Estado al que pertenece, con intereses cruzados difíciles de romper de forma equitativa, y por tanto es el Estado en su conjunto el que debería votar. Caso contrario es limitar la democracia. Si no fuera así, ¿dónde se pone el límite a la independencia? ¿Puede un pequeño pueblo de mil habitantes que se considera autosuficiente, convocar un referéndum sobre su independencia? O llevándolo al extremo, ¿puedo yo, tras una consulta democrática en mi familia, proclamar la república independiente de mi casa, dejar de pagar impuestos y negar la autoridad de las leyes?
Por la misma regla de tres, un territorio podría convocar un referéndum para decidir si se une con un Estado cercano (y rico) y si éste no acepta la unión, acusarle de antidemocrático por no aceptar la decisión, tomada democráticamente, del pueblo que se quiere unir.
Resumiendo, hay motivos para sentirse orgullosos de vivir en una democracia. Muchos han muerto en las sociedades occidentales para que podamos tener los derechos de los que disfrutamos, pero si queremos quedarnos con la parte buena de la democracia, hay que realizar un esfuerzo para ser unos votantes serios, conscientes, preparados y, por tanto, menos manipulables, esquivando así alguna de las perversiones de las que hemos hablado.
No es sencillo, porque esta sociedad nos bombardea con tantísima información y tantos estímulos que es difícil identificar qué es lo importante y qué es superficial, se trivializan y simplifican los problemas hasta el extremo, se juzga basándose en unos pocos hechos simples y distrae nuestra atención para intentar transformarnos en meros peones.
Seamos actores.
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