¿Castración psicológica?
Podríamos hacer un repaso a la historia y nos encontraríamos distintos procedimientos de castración que han ido evolucionando a la vez que evolucionaba la tecnología.
Naturalmente, la primera castración que nos encontramos es la castración física. Por ejemplo, los famosos eunucos, hombres castrados generalmente en la infancia que eran utilizados en muchas cortes como guardianes del harén y personas de confianza de los reyes puesto que, como no podían tener hijos ni relaciones sexuales, no suponían una amenaza en la corte.
Cuando las capacidades científicas y tecnológicas evolucionaron, se inventó la castración química.
Durante la segunda guerra mundial, en los campos de concentración nazis, algunos médicos o científicos sin demasiados escrúpulos experimentaron con distintos mecanismos de esterilización entre mujeres judías.
Por ejemplo, también se procedió a esterilizaciones masivas durante la época colonial en el Congo belga (y luego somos los españoles los que tenemos la leyenda negra) o en África del sur durante el apartheid.
Incluso después, con la excusa de la planificación familiar o para detener la expansión del sida se han realizado esterilizaciones forzadas.
Y llegando a nuestros días, yo me pregunto: si el objetivo de la castración es anular la posibilidad de tener descendencia y considerando la baja natalidad, ¿no estaremos inmersos en un proceso de castración psicológica?
La gente puede tener hijos, pero “voluntariamente” decide no tenerlos.
He puesto “voluntariamente” entre comillas porque ¿Cómo de voluntaria es una idea si estás sumergido en un caldo de cultivo que la da por buena sin cuestionarla?
No hace 60 años, un matrimonio sin hijos era una anomalía, mal visto socialmente. Se consideraba una tara, una limitación.
Ahora lo raro es encontrar gente joven que diga que quiere tener hijos. De hecho, España estaría perdiendo población a marchas forzadas si no fuera por las inmigración.
¿Estaba mal aquello de los 60’ o está mal esto de hoy?
No sé. Analicémoslo. Biológicamente está claro y no admite discusión: el objetivo del ser vivo es transmitir su herencia genética, es decir, nacer, crecer, reproducirse y morir.
Decidir voluntariamente no tener hijos es biológicamente una contradicción, porque la inteligencia, el supuesto culmen de la evolución darwiniana, es también el mecanismo que paraliza la propia evolución y elimina el gen y la especie.
Socialmente, también es malo para el grupo que decide no tener hijos, pues sus genes, su cultura y tradición tienden a desaparecer frente a los grupos que sí quieren tenerlos.
Si una idea nueva como la de no tener hijos (recordemos que no ha existido nunca en la historia de la humanidad) se puede extender cual virus en una sociedad, cabría preguntarse, ¿Por qué y cómo?
El cómo está claro: sustituyendo valores como el servicio, el esfuerzo y el sacrificio por otros como el disfrute personal.
Eso ha sido fácil, es como dar a elegir entre una hora de gimnasio (esfuerzo y sacrificio a corto plazo a cambio de un beneficio a medio y largo plazo) y una napolitana de chocolate (placer instantáneo a cambio de posibles problemas futuros resueltos con la frase “que me quiten lo bailao”). La elección es obvia a menos que se tengan las cosas muy claras.
La sociedad de la abundancia, con sus múltiples tentaciones, y la tecnología han hecho posible que haya tantas opciones atractivas y viables.
El porqué es más complicado. Podría ser una evolución normal o algo premeditado.
Yo me inclino a pensar que es un efecto secundario de la sociedad de consumo.
La sociedad de consumo exige consumidores compulsivos que consuman mucho de todo: desde mucho ocio (algo que no poseen los padres) a muchas pastillas, antidepresivos, ansiolíticos, etc. Las personas muy ocupadas, al servicio de otras, pueden caer en el cansancio extremo pero rara vez en el vacío existencial de la angustia vital que requiere de más tiempo libre.
Por otra parte, las nuevas parejas han paliado la necesidad vital de servir, amar y ser amado a través de las mascotas, que son un sucedáneo de los hijos pero con bastante menos responsabilidad y que, por tanto, deja poco alterado el tiempo de ocio para poder seguir consumiendo en abundancia.
Si, como creo, la baja natalidad es un efecto secundario de la sociedad de consumo, ella misma se está suicidando doblemente. Primero porque tendrá cada vez menos consumidores y segundo porque acabará con los recursos del planeta al tiempo que lo contamina de manera difícilmente reparable.
Si por el contrario es algo premeditado, y aquí entramos de lleno en las teorías de la conspiración, es como si estuviéramos resolviendo un crimen, lo primero que tendríamos que preguntarnos es quién sale beneficiado, porque es obvio que los grupos sociales que siguen teniendo hijos ganan la partida frente a los que no.
También podría no tener nada que ver con lo anterior y resultar que ciertos colectivos poderosos, influidos por las teorías malthusianas, estuvieran intentando realizar un sigiloso control de la población.
Cualquiera que fuera el motivo, si se tratara de algo premeditado, ya estaríamos hablando, con toda propiedad, de castración psicológica.----
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