El trabajo, ¿un bien a extinguir?
Recientemente, aprovechando las vacaciones, he viajado un poco por España y unas pequeñas anécdotas sin importancia me han hecho reflexionar sobre hacia dónde nos dirigimos como sociedad.
La primera de ellas en un párking. Lo reservé y pagué desde Madrid y en principio todo fue perfecto. Llegué al párking en la ciudad de destino dirigido sin pérdida y hasta la misma entrada por google Maps y la barrera se abrió en cuanto acerqué el coche al poste del ticket. Me maravillé de hasta dónde nos está llevando la tecnología. El poder de los ordenadores bien usados es inmenso.
Al salir del párking todo fue igual de fácil. Me bastó acercarme a la barrera de salida, leyó mi matrícula y sin tener que parar, la barrera se abrió.
El problema fue cuando intenté volver a entrar (había adquirido un bono de varios días), porque ya no tuve tanta suerte y no reconoció mi matrícula. La única forma que se me ocurrió de entrar fue la de pulsar el botón de ticket y entrar como si no tuviera bono, pensando que ya lo arreglaría de alguna manera.
Cuando aparqué el coche me dirigí al puesto de control y mi sorpresa fue que, aunque eran poco más de las cinco de la tarde, no había nadie. Deambulé por allí y encontré un teléfono de incidencias al que llamé y en el que me dijeron que ellos no podían ayudarme, que los empleados estaban de ocho a tres de lunes a viernes y que lo intentara en ese horario.
O sea, un aparcamiento público de más de 500 plazas desatendido la mayor parte del tiempo.
Miré las tarifas y echando cuentas vi que el precio de esa estancia hasta el día siguiente me costaría lo mismo que el bono de cuatro días, pero aún así confié en arreglarlo a la mañana siguiente.
Afortunadamente lo conseguí porque de los dos empleados que había, uno de ellos era espabilado y sabía como hacerlo, el otro lo intentó y no supo.
Me pregunté qué habría pasado si el problema en vez de tenerlo a la entrada, lo hubiera tenido a la salida. Espero que me hubieran abierto la puerta pulsando un botón que hay de información (que en realidad lo que hace es llamar a un teléfono móvil que tiene alguien de guardia y que seguramente es el mismo para doscientos parkings).
Me alegró no tener que averiguarlo, porque la alternativa de acelerar y llevarme la barrera por delante no me parecía una buena solución.
La segunda anécdota fue al circular por una de esas carreteras nacionales que cruzan España y cuando me acerqué a un pueblo vi una gasolinera. Me pareció un buen momento y lugar para parar, repostar, ir al servicio y comprar alguna bebida.
Paré y cuando me dirijo al local de la gasolinera veo que está completamente cerrado y un cartel que decía “Gasolinera desatendida las 24 horas”. Eso quería decir que olvídate de lo de ir al baño y la bebida. La gasolina te la echas y la pagas tú solito. Bueno en orden inverso, primero la pagas y después te la echas. Eso si los hados que habitan en los ordenadores te son propicios y no te dan algún disgusto.
Juntando estas dos anécdotas con nuestra experiencia diaria llamando a cualquier teléfono de una empresa privada o de la administración pública, permanentemente atendidos por máquinas, o intentando hacer cualquier gestión en la que ya siempre te remiten a una página web o un teléfono que no contestan (o te sale una máquina que no te resuelve nada), la pregunta del millón es: ¿quién va a trabajar en el futuro?
Añade a esta experiencia, compartida por todos, la evidencia de que más pronto que tarde los taxis, los camiones, los repartos, etc, los harán máquinas (ya me estoy imaginando el mensaje en el móvil: ha llegado la furgoneta de Amazon a su portal, venga a recoger su paquete mostrando este QR a la furgoneta).
Además, muchos de los trabajos de oficina serán hechos por IAs. De nuevo, ¿quién va a trabajar en el futuro?
El título de este post es “El trabajo, ¿un bien a extinguir?”. Seguro que hay gente que no lo ve como un bien sino como un mal, y es posible, todo depende cómo se mire y cómo se plantee. Para vivir sin trabajar hay que tener la cabeza muy bien amueblada (aparte de bastante dinero, no vale con una paguita) o haberte educado para ello como los ricos de toda la vida. Desde pequeños sabían que no iban a trabajar y ya se prepararon para vivir así, pero y ¿el resto de los mortales?
El problema es que los estados están pensando en dar subvenciones (como la actual prestación por desempleo o la subvención para mayores de 55 años y otras más que están inventando), mientras el trabajo útil lo hacen malamente las máquinas porque muchas veces moverse por esos menús inacabables es una tortura.
Es decir, se emplean máquinas para realizar trabajos que harían las personas cien veces mejor (por ejemplo todos los de atención al público) dejando sin trabajo a la gente para luego pagarles un subsidio por no hacer nada con el que malviven.
¿Por qué? Naturalmente por dinero.
(Posiblemente haya una segunda razón oculta - es decir, cuidadosamente tapada con buenismo - para los políticos y es que las subvenciones crean una red clientelar de votantes que tienen miedo de perderlas si gana un partido distinto del que gobierna)
Vayamos a la razón evidente, el dinero. A un empresario le sale mucho más barato tener un ordenador que un teleoperador atendiéndote. No tiene que pagar horas extras, ni seguridad social ni sustituir al empleado en las bajas ni las vacaciones. Solo la inversión inicial y pagar el recibo de la luz. Si funciona mal, se repara y mientras se hace no se da servicio y no pasa nada porque como todas las empresas hacen lo mismo, no te puedes ir a la competencia buscando una mejor atención.
Habría que revertir esa situación. No tiene sentido tener millones de desempleados a los que hay que darles subvenciones para que malvivan y a la vez tener millones de máquinas que prestan un servicio malo solo porque salen más baratas.
Si los políticos pensaran (ya sé que es mucho pedir) en vez de dedicarse a twittear diciendo barbaridades como garrulos sin conocimiento, estarían pensando en equiparar los costes de las personas y las máquinas.
Tomemos el ejemplo de la gasolinera de antes. Si tener la gasolinera abierta las 24 horas del día todos los días del año supondría emplear a seis personas, el empresario que decida poner solo máquinas, que pague la seguridad social de seis personas.
Podría hacerse una tabla objetiva (como en los impuestos por módulos) pero aplicable a la seguridad social para calcular las cuotas de cada actividad económica realizada por máquinas. Eso podría venir acompañado con una disminución de los costes de seguridad social a las personas.
El empresario ya no tendría tan clara la ventaja de las máquinas sobre las personas y si aún así elige las máquinas, con este mecanismo, pagaría parte de los costes sociales que implica tener tanta gente desocupada.
Es un debate urgente que tendría que estar ocurriendo ya, pero como tantas otras cosas importantes se postergan porque de lo que hay que hablar en el Congreso es de lo malos que son los otros y de lo bueno que somos nosotros (a ser posible insultando como el garrulo ese sin cerebro del que hablábamos antes).
Reconozco que a veces sueño con una sociedad idílica en la que se eligen a los más honestos y capacitados para gobernar en lugar de a los más tontos y corruptos.
A ver cuándo nos damos cuenta de que entre un tipo honesto y bien preparado de derechas y un tipo honesto y bien preparado de izquierdas no hay tantas diferencias.
Lo mismo está llegando ya el momento en el que tenemos que elegir a nuestros dirigentes por su capacidad y honestidad más que por las siglas de su partido. Si no lo hacemos así, me temo se auguren tiempos difíciles.
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