La trampa de la información


 Estoy leyendo un libro titulado No-cosas del filósofo surcoreano Byung-Chul Han que enseña arte en una universidad de Berlín.. 

Es un libro denso en el sentido de estar repleto de ideas sobre las que reflexionar. 

Una de ellas me ha parecido muy interesante porque en cierto modo explica la situación cultural en la que nos encontramos. 

El autor dice que, en nuestra época de la internet y de los móviles, las cosas se han  revestido de una capa de información que las hace auténticamente impenetrables, casi inexpugnables.

De esta forma, nos quedamos en la superficie de las cosas, protegidas por esa costra de información. No podemos entrar a ver su esencia, su significado, ni siquiera su presencia. Esa capa de información nos impide reflexionar sobre ellas porque nos parece todo como sabido, como si todo estuviera dicho sobre ellas.


Y es fácil caer en la trampa de la información porque al cerebro le gusta la información. La información disminuye la incertidumbre y aumenta las posibilidades de supervivencia así que los individuos con apetencia de información han sido evolutivamente seleccionados.


Todo eso me hizo pensar en situaciones de mi niñez en la que las cosas aún no estaban tan revestidas de información. 

Por ejemplo, como mi educación fue cristiana, se nos decía que el pan era un alimento sagrado y que si por alguna extraña, realmente extraña, circunstancia teníamos que tirar un trozo, antes debíamos darle un beso como símbolo de respeto. 

Ahora el pan es simplemente hidratos de carbono, y junto con las proteínas de la carne, las grasas y las vitaminas son los ladrillos con los que nuestro cuerpo construye cada uno de los componentes que necesitamos para seguir vivos. 

Ni siquiera nosotros somos más que células amontonadas unas al lado de otras.


Ahora que sé que el pan no es más que hidratos de carbono, aún así, casi nunca lo tiro, y si alguna extraña vez tengo que hacerlo, todavía lo sigo besando, tal es la influencia de la educación en las primeras etapas. 

Mi ya lejana educación me permite seguir atravesando la capa de información del pan y seguir viendo en él un alimento sagrado. Por extensión, la sacralidad del pan se distribuye a todos los alimentos, de tal forma que a la gente de mi generación y anteriores, aún nos duele tirar cualquier alimento y solo lo hacemos si están en mal estado. 

Por eso nos parecen absurdas, por ridículamente necesarias, las campañas que de vez en cuando lanza el gobierno para que no se tire comida.


La gruesa capa de información de la que se ha rodeado a las cosas en los últimos treinta años (gracias a internet y los móviles) impide nuestro asombro. El asombro, maravillarse por lo que nos rodea, es una característica específicamente humana, quizás una de las más significativas. Por eso, podríamos concluir que este exceso de información está matando en cierta forma nuestra humanidad. 

El sol es solo una bola de hidrógeno que mediante reacciones nucleares se transforma en helio produciendo luz y calor. Eso es todo. Si juntamos muchas bolas de hidrógeno, tenemos galaxias y así construimos el universo. Esa descripción tan prosaica de las estrellas parece eliminar el misterio, pero es una falsa impresión porque es mucho más lo que no sabemos de las estrellas que lo que sabemos. Además, ¿dónde queda ahí el asombro de mirar los millones de estrellas de la vía láctea en una noche clara y maravillarnos con esa visión y lo que puede significar?


La información no es mala si no nos impide seguir indagando, seguir preguntándonos cosas. Es decir, si nos permite atravesarla. Eso nos ayudaría a transformar la información en conocimiento en una primera fase y después en sabiduría en una segunda fase. Traté la distinción de esos conceptos en un post que podéis ver tocando este enlace.


La inteligencia artificial es experta en información. De hecho es puramente información. Maneja tanta información que nos puede parecer inteligente pero no lo es. Es solo el resultado de la información con la que se le ha entrenado y los algoritmos con los que se le ha programado. 

A la pregunta de ¿cómo estás? puede respondernos de tres millones de formas distintas, tantas que su respuesta nos puede parecer humana pero está restringida a su entrenamiento y sus algoritmos. No puede inventarse una respuesta usando una creatividad que no posee. 

Si tiene que resolver un problema planteado elegirá una solución almacenada en su base de datos. Como tiene tantas, nos puede parecer creativa pero solo ha hecho eso, elegir. Y la elección tampoco ha sido creativa sino realizada en base a los algoritmos programados por un humano.

Si se le dice que pinte un cuadro lo hará, de nuevo mezclando información previa y añadiendo pinceladas al azar (si eso le dice su programa) que a nosotros nos pueden parecer bellas. A ella no, porque sólo está ejecutando un programa, no se apasiona mientras pinta el cuadro ni disfruta mirando el resultado porque la belleza está en los ojos del que mira.


La inteligencia artificial no puede asombrarse, se limita a manejar información, hechos que alguien ha almacenado para ella. Es incapaz de maravillarse ante algo. 

Por eso si la dejáramos gobernar podría concluir, con toda razón, que el ser humano no aporta gran cosa al ecosistema terrestre (más bien al contrario) y podría decidir que la Tierra estaría mejor sin él. Y lo que es más importante: podría exterminarnos sin ningún tipo de remordimiento.

Esperemos que la torpe inteligencia humana nunca le dé el gobierno a su homóloga artificial y no olvide programar en ella la culpa, el arrepentimiento y algún tipo de asombro ante las maravillas de la naturaleza de la cual, no lo olvidemos, el ser humano forma parte.


Toda esta capa gruesa de información nos oculta la esencia de las cosas, nos impide seguir indagando y le ha venido francamente bien al sistema capitalista-consumista. Es posible que incluso se haya promovido por eso

El tener a nuestro alcance tanta información y de forma tan sencilla ha devaluado el conocimiento. Saber no significa hoy día nada, no es valorado porque todo el saber parece estar al alcance de un click (mentira, claro).

No solo ha devaluado el conocimiento sino también las propias cosas porque todo parece saberse sobre ellas (mentira, claro). Basta buscar en la wikipedia. 


Si todo se sabe sobre algo (o al menos tenemos esa percepción) el misterio desaparece en torno a ese algo. Si el misterio ha desaparecido, ha desaparecido con él la curiosidad y si no hay curiosidad, cualquier afán por saber más sobre ese algo ha desaparecido también.

Esa capa protectora de información que tienen las cosas hace que nuestra relación con ellas sea superficial y que los lazos que establecemos con ellas sean débiles. Naturalmente, esto favorece la sociedad de consumo. 

Con lazos fuertes, no podemos deshacernos de las cosas fácilmente. Interesa que los lazos sean débiles para que, sin ningún coste emocional, sea posible usar, tirar y reemplazar por otra cosa con la que establecemos más lazos débiles para ser de nuevo usada, tirada y reemplazada en un ciclo consumista sin fin.


Esa filosofía ha llegado también a las relaciones humanas. Ni siquiera con nuestros semejantes establecemos lazos fuertes. La familia ha sido debilitada deliberadamente para que las ideas consumistas penetren de lleno y sin obstáculos en cada uno de nosotros. El “¿pero para qué necesitas esa tontería?” que podría decirnos una figura próxima con autoridad ha desaparecido en pro de una libertad cuando menos curiosa (la libertad de ser engañado por la sociedad de consumo).


Las relaciones de pareja también han cambiado sustancialmente gracias a este exceso de información. Hoy se pueden encontrar miles de páginas web sobre como seducir a un hombre o una mujer. Es como si leyéramos el prospecto de un medicamento y así saber como manipular al otro. De alguna manera, se cosifica al otro, se le mata su individualidad y su exclusividad para transformarle en un objeto fabricado en serie. 

El misterio, que forma una de las partes más atractivas del inicio de una relación, es destrozado en las webs de contactos donde todos los gustos son analizados para encontrar la pareja ideal. La insustituibilidad e inigualabilidad inherente a cualquier persona por el hecho de ser humana es aniquilada al ser encasillada en un grupo. “No te preocupes si este te ha salido rana, tenemos otros doscientos para sustituirle”


Lo más preocupante es que todo este proceso de rodearlo todo de una capa de información que las hace falsamente sencillas, les roba el misterio e impide su conocimiento profundo, ha ocurrido en los últimos treinta años, acelerándose en los últimos quince con la generalización de los smartphones. ¿Qué ocurrirá en otros treinta si no nos hacemos conscientes del problema?


Desde luego, si nos dejamos envolver en la maraña de información que nos rodea sin intentar atravesarla para adquirir conocimiento y sabiduría, podemos dar la guerra por perdida porque en ese terreno, en el de la información, la inteligencia artificial es invencible.


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