¿Crees en los OVNIs?

 Buena pregunta. La respuesta dependerá de tu experiencia relacionada con el tema, de que los hayas visto (o pienses que los has visto), de que conozcas a alguien que los haya visto o de que hayas leído u oído tantas historias sobre el tema que ya no tengas la más mínima duda de que existen.

Al final creerás en ellos o no creerás en ellos o mejor expresado: creerás que existen o creerás que no existen, es decir, en base a tu experiencia, tu no experiencia o a tu indiferencia, tomarás una decisión sobre ellos. 


Generalmente, el que cree que algo no existe se suele atribuir una superioridad intelectual sobre el que cree que sí existe. De hecho, muchas veces se suelen reír de los que creen que algo existe, sin embargo, no hay la más mínima superioridad intelectual ya que, en muchos casos, racionalmente no se puede demostrar ni una cosa ni la otra, están claramente al mismo nivel.


Es, por tanto, una decisión de la voluntad, porque incluso el que haya visto un OVNI nunca estará seguro de que fuera un objeto extraterrestre pilotado por inteligencias extraterrestres en lugar de un satélite de comunicaciones o un avión raro experimental de alguna potencia militar. o simplemente una compleja alucinación.


Así pues y generalizando, la decisión de creer en algo o en su contrario es una decisión de la voluntad que, consciente o inconscientemente tomamos en algún momento. El propio verbo creer implica que es algo no racional, que no se puede inferir lógicamente, que no se puede demostrar, que no hay pruebas tangibles (que se puedan tocar) o mejor dicho, que no hay pruebas sensibles (que se puedan sentir).


Sabemos que no todo lo que existe es perceptible por los sentidos, así pues podrían existir cosas que ni somos capaces de imaginar. Los ultrasonidos (sonidos de muy alta frecuencia), por ejemplo, existen y mientras vuelven locos a nuestros perros, a nosotros ni nos inmutan. O lo mismo nos afectan, pero no lo sentimos o, al menos, no sentimos que lo sentimos. 

Pasa algo parecido con las ondas electromagnéticas. Sabemos que existen porque enchufamos la radio y oímos música y palabras que llegan nítidamente hasta nosotros. El aparato de radio nota su existencia pero nosotros, no. Igualmente, lo mismo nos afectan, pero no notamos que nos afecten. 

Hay quien dice que algunas enfermedades están causadas por tantas ondas electromagnéticas que andan flotando a nuestro alrededor. Puedes creer que esto es así o puedes creer que no, de momento, es tu decisión porque no hay pruebas ni en un sentido ni en otro.


Quiero llamar la atención sobre una palabra bastante común que he usado aquí y que no le damos la suficiente importancia: voluntad.

La voluntad está por encima de la inteligencia, la dirige y coordina. Nosotros decidimos en qué pensamos, incluso podemos decidir en qué no pensamos, por mucho que una idea obsesiva nos ronde por la cabeza. 

La fuerza de nuestra voluntad determinará el éxito que tengamos en las distintas empresas que iniciemos. Determina la forma en que nos relacionamos con los demás, si somos una carga o una ayuda.

La voluntad está íntimamente ligada a otra palabra tan humana como ella: la libertad. Entendamos libertad en un sentido amplio, en aquel en el que un hombre enjaulado puede sentirse libre porque nadie puede dirigir sus pensamientos, de la misma manera que un hombre rico rodeado de lujos y de dinero, que puede coger su avión particular y plantarse en cualquier ciudad del mundo, puede sentirse un esclavo.

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La voluntad y la libertad son características exclusivamente humanas que nuestra sociedad quiere abolir y desterrar. La voluntad simplemente ignorándola, quitándola importancia, olvidándola. La libertad, redefiniendo su significado. Ahora, libertad  es poder elegir entre una cerveza u otra, entre un coche u otro, entre pasar las vacaciones en un sitio u otro.

La voluntad y la libertad también son algunas de las palabras olvidadas cuando se compara la inteligencia humana con la artificial (otras son la imaginación, la creatividad, la genialidad…) por lo que es lo mismo que comparar churras con merinas, pero ese es otro tema…


Ser o no ser, esa es la cuestión, que decía Shakespeare. Yo digo: creer en una cosa o creer en otra, esa es la cuestión. Si creer es una decisión de la voluntad, la decisión de tu vida, de la mía, de nuestras vidas, es si creer en Dios o creer en la nada.

Y es la decisión de nuestras vidas porque a partir de ella se genera un estilo de vida, una forma de pensar (y somos lo que pensamos), una escala de valores que pueden ser radicalmente distintos.

Si eliges creer en la nada, no pienses que tu elección es intelectualmente superior a la de creer en Dios solo por el hecho de que a Dios no se le haya podido cazar en un laboratorio. ¿Como podrías cazar a un ser todopoderoso, primera causa de todas las causas? Tampoco se ha podido cazar en el laboratorio la nada, la no existencia. Ni siquiera el concepto físico de antimateria o el vacío se parece a la no existencia, porque hasta el vacío existe.


Y no pienses que al elegir la nada, careces de religión porque tu creencia es igualmente  irracional por indemostrable y de ella se derivan todo un conjunto de subcreencias. 

De hecho, es muy antigua y tiene nombre: se llama nihilismo (del latin nihil=nada). La profesaron los griegos y los romanos y después de muchos siglos de cristianismo en el mundo occidental, la recuperaron, por ejemplo, Nietzsche (Siglo XIX) y Sartre (Siglo XX).. 

Nietzsche, después de “matar a Dios”, se tuvo que inventar una moral positiva, una especie de moral sin necesidad y sin objeto. Usando esa moral, el hombre actuaba bien sin motivo, solo porque sí. Tan sin sentido tenía eso que Nietzsche se inventó un nuevo hombre que era capaz de actuar así sin motivación ni recompensa: el superhombre. Luego el nazismo alemán recuperó ese concepto de superhombre para colar por la puerta de atrás la supremacía de la raza aria germánica.


Los nazis, al no tener un Dios justo (y por tanto carecer de una Verdad absoluta) podían inventarse una nueva moral, que les permitía cargarse a los judíos con todas las de la ley (su ley, obviamente).

Fijaos en lo peligroso que es eso de negar la verdad absoluta, que basta con que unos cuantos se pongan de acuerdo en lo que está bien o mal para transformarlo en ley moral. 

¿Qué pudo hacer en los años cuarenta del siglo pasado, en la Alemania nazi, que una persona normal, el buen alemán medio, aceptara como moral el exterminio judío?

Pues las maniobras de Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, que convenció de una forma pseudoracional y a través del control de los medios (la radio especialmente) que no hay verdad absoluta y que la verdad puede construirse en cada momento de la historia. Y en ese momento, la verdad era la que Goebbels dictaba.


Pero no hace falta remontarse al siglo pasado, hasta no hace mucho en España había gente normal y corriente que, influida por su entorno, consideraba moralmente aceptable el asesinato como medio para conseguir un fin. Incluso hoy día, en todo el mundo occidental se va redefiniendo una nueva moral que permite aberraciones que el hombre no hubiera consentido en otros tiempos (¿se os ocurre alguna?). Una nueva moral que ya está provocando sobrerreacciones en algunos países y el avance de la extrema derecha..


La sociedad occidental ya ha elegido su religión: ha tomado partido por el nihilismo disfrazándolo de un laicismo ecléctico. Pero es lógico, porque la sociedad occidental basa su funcionamiento en el consumo. La sociedad consumista requiere de individuos no pensantes que se limiten a consumir. Para ser más precisos: a producir y a consumir, o lo que es lo mismo: trabajar y gastar. 

Solo la visión materialista que aporta el nihilismo es la adecuada para la sociedad de los mercaderes. Nos invita a vivir el momento y a disfrutar, lo que según ellos solo puede conseguirse a través de la adquisición de productos y servicios. 

Cualquier visión trascendente se interpone entre el consumidor y el mercader pues puede hacer que el objetivo, el consumidor, dude de que la mejor forma de alcanzar la felicidad sea a través del consumo desaforado y no se deje embaucar con tanta facilidad.


Si tú, como la sociedad actual y siguiendo sus dictados, eliges la nada tomando al nihilismo como religión, puedes pensar que tienes suerte porque entonces, el bien y el mal no existen (a no ser que hagas trampas como Nietzsche) y si no existen, tampoco existe el concepto de pecado o de culpa. Puedes actuar como te venga en gana (o como te dejen actuar los demás) sin ningún remordimiento (de hecho, el concepto de remordimiento, exige la existencia de lo sobrenatural). 

Todo esto puede parecer genial, pero ojo: olvídate también del concepto de justicia porque si no hay nada y el bien y el mal no existen, no hay nada justo o injusto.

Pero es que aún hay algo más grave, cuando la vida te vaya quitando poco a poco los regalos que antaño te dio siguiendo una ley natural inexorable, olvídate igualmente de la esperanza.


No habrá esperanza para los nihilistas y solo les quedará La Náusea, la novela que Sartre escribió para describir el inmenso vacío que heredan.

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